Víctimas de trata: mujeres
migrantes, trabajo agrario y acoso sexual en Tamaulipas
Victims of
trafficking: migrant women, farm work and sexual harassment in Tamaulipas
Karla Lorena
Andrade-Rubio
Correspondencia: kandrade@uat.edu.mx/ Fecha de recepción: 4 de enero de
2015/ Fecha de aceptación: 5 de abril de 2016
Universidad Autónoma de Tamaulipas, Unidad Académica de Trabajo Social y
Ciencias para el Desarrollo Humano, Centro Universitario Victoria “Lic. Adolfo
López Mateos” Cd. Victoria, Tamaulipas, México, C.P. 87149.
RESUMEN
En la comarca citrícola de
Tamaulipas, que abarca los municipios de Llera, Hidalgo, Padilla, Güémez y Victoria, la mano de obra local es insuficiente durante la temporada
de cosecha, por lo que se ocupan trabajadores migrantes de manera informal, incluyendo
mujeres, ocasionalmente. El objetivo de este trabajo fue determinar si la mujer migrante contratada
en la comarca citrícola de Tamaulipas labora bajo condiciones de trata laboral
y acoso sexual. Se utilizó una metodología cualitativa basada en entrevistas a profundidad
a 20 mujeres migrantes (15 de Veracruz, México, y 5 de
Centroamérica). Los resultados indicaron que las mujeres fueron víctimas de
trata laboral y acoso sexual en el trabajo agrícola, debido a que la cantidad de trabajo
realizado no es proporcional al salario que reciben, y a que su situación
subordinada en el mercado laboral las hace vulnerables al acoso y violencia
sexual. La trata laboral se mostró entrelazada con la violencia sexual y de
género.
PALABRAS CLAVE: mujeres migrantes,
agricultura trata laboral, acoso sexual, Tamaulipas.
ABSTRACT
In the citrus-growing
region of Tamaulipas, wich
includes the municipalities of Llera, Hidalgo, Padilla, Güémez and Victoria, local manpower is insufficient
during the harvest season, this is why migrant
workers are informally hired, including
women, occasionally. The objective of this work was to determine whether
migrant women employed in the citrus-growing region of Tamaulipas worked under
conditions of labor trafficking and sexual harassment. A qualitative methodology,
based on in-depth interviews to 20 migrant women (15 from Veracruz, Mexico, and
5 from Central America) was used. The results indicated that women were victims
of labor trafficking and sexual harassment in the agricultural work, because
the amount of work done is not proportional to the wages they receive, and
their subordinate situation in the labor market makes them vulnerable to sexual
harassment and violence. Labor trafficking was intertwined with sexual and
gender violence.
Keywords: labor
trafficking, migrant women, agriculture, sexual harassment, Tamaulipas.
INTRODUCCIÓN
La producción agrícola nacional enfrenta diferentes retos
asociados con la mano de obra y el empleo en general. Por una parte, los bajos
salarios agrarios provocan la migración de la población dedicada a las labores
del campo, como ha sido documentada en la horticultura sinaloense (Lara-Flores
y Grammont, 2011), o en el sistema de agricultura
intensiva de San Luis Potosí (Mora-Ledesma y Maisterrena-Zubirán,
2011). Por otra parte, la concentración estacional del trabajo agrario, durante
la época de la cosecha, principalmente en la producción de cítricos y caña de
azúcar, provoca un incremento en la demanda de mano de obra, que hace que la
población local sea insuficiente, por lo que se recurre a la contratación de
personas migrantes, lo que conduce a la aparición del fenómeno calificado por
Lara-Flores (2011) como encadenamiento migratorio.
La zona centro de Tamaulipas, integrada por los
municipios de Llera, Hidalgo, Padilla, Güémez y
Victoria, destacan por su producción citrícola. En esta región se ha
documentado la participación de la población migrante en actividades de pizca
de la naranja, lo cual no es de extrañar, ya que Tamaulipas es considerado un
estado de atracción de mano de obra migrante (Izcara-Palacios
y Andrade-Rubio, 2006; SEDESOL, 2001: 37). Sin embargo, durante el siglo XX
llegaban a la zona centro de Tamaulipas únicamente jornaleros varones en busca
de empleo agrario, situación que ha cambiado en la última década, ya que el
número de mujeres solas que llegan a la comarca citrícola de Tamaulipas en
busca de empleo ha incrementado (Izcara-Palacios,
2013: 9).
El concepto “trata de personas” usualmente se
asocia con actividades de prostitución y explotación sexual, pero es más amplio que estas acciones e incluye la
trata laboral (García-Vázquez, 2008; Flamtermesky,
2014; García, 2014; Lara-Palacios, 2014; Mujica, 2014; Nejamkis
y Castiglione, 2014), siendo esta última la que ha
recibido menos atención por parte de los científicos sociales. Sin embargo, la
información científica disponible y los datos estadísticos oficiales indican
que el número de personas que padecen trata laboral es mayor que el número de
aquellos que sufren explotación sexual (Anguita-Olmedo, 2007; Cintas, 2011; Pacecca, 2011).
En el caso de México, el artículo 21 de la ley
general para prevenir, sancionar y erradicar los delitos en materia de trata de
personas y para la protección y asistencia a las víctimas de estos delitos,
publicada en el Diario Oficial de la Federación (DOF, 2012), define la “trata
laboral” como la obtención directa o indirecta de beneficio económico mediante
el trabajo ajeno, sometiendo a la persona a prácticas tales como: i./
condiciones peligrosas e insalubres (artículo 21, I); ii./ la existencia de una
manifiesta desproporción entre la cantidad de trabajo realizado y el pago
efectuado por ello (artículo 21, II), y iii./ la percepción de un salario por
debajo de lo legalmente establecido (artículo 21, III) (Cámara de Diputados del
H. Congreso de la Unión, 2012).
La trata laboral a la que se someten las mujeres,
frecuentemente acarrea elementos de acoso sexual. Es decir, la mujer, además de
ser explotada en el trabajo es abusada sexualmente. Este último elemento muchas
veces marca la línea divisoria entre un escenario de explotación laboral y otro
de trata laboral. Cuando a unas condiciones laborales inadecuadas, salarios
bajos y horarios prolongados, se suma una situación de abuso sexual, la franja
que separa la explotación y la trata se decanta hacia la trata. El elevado
número de casos de trata en el servicio doméstico perseguidos en los tribunales
de países como Estados Unidos obedece a este aspecto (Izcara-Palacios,
2015: 213). Sin embargo, el sector económico donde la trata de personas
constituye un problema más grave es la agricultura (Pacecca,
2011; Moreno y Valdez, 2013; García y Décosse, 2014).
La trata laboral en la agricultura es un problema que afecta tanto a países
desarrollados como a países subdesarrollados. Los países desarrollados se
niegan a aceptar que la trata laboral sea un problema endémico en sus
agriculturas; pero importan jornaleros migrantes con derechos reducidos a
partir de programas de trabajadores huéspedes. Estos trabajadores migrantes
reciben salarios por debajo del mínimo legal, viven encerrados y les está
prohibido moverse a otros empleos (Durand, 2007a; 2007b; Izcara-Palacios,
2010). En los países subdesarrollados, donde el trabajo infantil constituye la
norma, el trabajo agrario envuelve frecuentemente situaciones de trata laboral
(López-Limón, 2002; Nepal y Nepal, 2012).
El objetivo de este trabajo fue analizar las
condiciones laborales de las mujeres migrantes
empleadas en la comarca citrícola de Tamaulipas para determinar la existencia
de trata laboral y acoso sexual.
MATERIALES Y MÉTODOS
El enfoque metodológico utilizado para la
realización de esta investigación fue el cualitativo, y la técnica empleada fue
la entrevista a profundidad. Esta técnica ha sido definida como un diálogo
directo y espontáneo dirigido hacia la comprensión de las perspectivas que
tienen los entrevistados respecto de sus experiencias (Ortí,
1998: 214; Taylor y Bodgan, 1998: 101). La entrevista
a profundidad constituye una herramienta especialmente útil para abordar el
problema de la trata laboral sufrida por la mujer migrante, ya que logra
rescatar la singularidad de la experiencia vital de las entrevistadas y los
significados subjetivos que para ellas acarrean los hechos sociales (Izcara-Palacios, 2014: 145).
Se utilizó el muestreo intencional, que aparece
fundamentado en la selección de casos específicos, ricos en información, para
su estudio a profundidad. La selección de las entrevistadas estuvo fundamentada
en el conocimiento y aptitud de éstas para informar sobre el tema específico
objeto de estudio (Izcara-Palacios, 2009). Por otra
parte, la técnica aplicada para elegir a las integrantes de la muestra fue el
muestreo en cadena o bola de nieve (Izcara-Palacios,
2007a: 24). Finalmente, el tamaño de la muestra fue determinado a posteriori, marcado por el
alcance de un punto de saturación de información sobre el objeto de estudio (Izcara-Palacios, 2007a: 30).
El trabajo de campo se realizó del 8 de abril de
2007 al 8 de enero de 2012, permitiendo entrevistar a 15 mujeres provenientes
del norte de Veracruz y a cinco mujeres procedentes de Centroamérica. Para
obtener las 20 entrevistas, se hicieron varios traslados a los campos de
trabajo, ya que la presencia de las jornaleras migrantes se reporta en
temporada de cosecha de naranja, que suele iniciar entre los meses de marzo y
abril, para terminar entre los meses de mayo y junio. Entrevistar a mujeres migrantes implicaba algunas dificultades, porque
había pocas y las entrevistas debían hacerse cuando ellas no trabajaban,
generalmente en domingo; aunque muchas preferían trabajar todos los días, para poder ahorrar más
dinero. Además, debía obtenerse un consentimiento informado, lo cual dificultó
la obtención de datos. Por otra parte, durante el año 2015 se hicieron cinco
visitas a la zona de estudio para realizar observación participante y mantener
conversaciones informales con objeto de puntualizar algunos elementos del
artículo.
RESULTADOS Y DISCUSIÓN
Origen de la migración
Actualmente, las mujeres empleadas en la
agricultura proceden de lugares distintos de donde laboran, a diferencia de los
años cuarenta, cuando las mujeres se empleaban cerca de los lugares de
procedencia (Morett-Sánchez y Cosío-Ruiz, 2004: 104).
La migración femenina hacia la comarca citrícola de Tamaulipas se ha
intensificado en la última década (Izcara-Palacios,
2013: 9). La llegada de mujeres
migrantes centroamericanas a esta región se produjo principalmente a partir de
2010, después de la matanza de migrantes en San Fernando, Tamaulipas (Izcara-Palacios, 2012: 8). A partir de ese momento, las
rutas migratorias se alteraron. La ruta que conducía de Tampico a Texas se
desplazó desde los municipios costeros hasta los municipios interiores de
Tamaulipas, y a Nuevo León. Dentro de la nueva ruta, la comarca citrícola de
Tamaulipas constituye un punto intermedio, donde los migrantes centroamericanos
descansan y ahorran dinero trabajando en los cítricos para continuar su
trayecto (Izcara-Palacios y Andrade-Rubio, 2015:
243).
El principal obstáculo para la emigración es el
costo y riesgo del transporte. Es por ello, que es más frecuente encontrar
mujeres que proceden de localidades no muy distantes de la zona de estudio. A
partir de finales de los años noventa comenzaron a llegar mujeres procedentes
de estados limítrofes con Tamaulipas, principalmente de Veracruz y en menor
medida de San Luis Potosí (Izcara-Palacios, 2006). Aunque
en este estudio no se entrevistó a ninguna de San Luis Potosí. Las mujeres
veracruzanas empleadas en la pizca de la naranja en Tamaulipas procedían
principalmente de áreas citrícolas localizadas en el norte del estado, sobre
todo del municipio de Álamo Temapache.
Las mujeres centroamericanas entrevistadas
llegaron a la comarca de manera fortuita. En algunos casos se quedaron sin
dinero y no pudieron avanzar más; otras sufrieron un robo o agresión; otras
fueron abandonadas por los polleros (personas que transportan trabajadores
indocumentados a los Estados Unidos). A diferencia de las mujeres veracruzanas,
que tenían como objetivo ahorrar dinero para enviar a sus hijos, el propósito
de las centroamericanas era ahorrar dinero para continuar su viaje hasta
Estados Unidos.
Características de la mujer migrante
Las mujeres veracruzanas
entrevistadas trabajaban en su localidad en actividades relacionadas con la naranja, principalmente en empacadoras de cítricos,
porque en Veracruz no las contrataban como contadoras. Pero este trabajo es
temporal, y no genera ingresos suficientes; por lo tanto, se ven obligadas a
emigrar. Muchas veces Tamaulipas no es el único destino, sino tan solo una
escala hacia otro lugar. Algunas mujeres del norte de Veracruz trabajan de tres
a cinco meses en Tamaulipas (de abril a junio, o hasta agosto si encuentran
empleo en las jugueras) y en agosto van a Zamora
(Michoacán) para trabajar en la pizca de la fresa. Otras también van hasta Poza
Rica o Naranjos (Veracruz), para trabajar en la vainilla. Como decía una mujer
de Cerro Azul, Veracruz: “Pues, yo me vengo aquí a Tamaulipas a la naranja, y
si me coloco en la juguera, me quedo otros meses, y
si no me contratan en la juguera, me voy a mi casa;
ahí me estoy dos meses y luego me voy a trabajar a Naranjos (Veracruz), en la
vainilla, o me voy a Zamora, Michoacán, a la hortaliza, y pues, esos son los
lugares donde trato de emplearme (jornalera, 31 años, Subida Alta, Güémez, Tamaulipas, 28 de junio de 2009). En este sentido,
Torres (1997: 104), describe el ciclo migratorio de las mujeres empleadas en
las empacadoras de tomate. Este ciclo migratorio comienza en Autlán, Jalisco
(de noviembre a enero), luego se dirige hasta Sonora, Sinaloa o Baja California
(de enero a mayo) y termina en Tamaulipas o San Luis Potosí (de septiembre a
noviembre).
Las mujeres casadas raramente emigran. La
mayor parte de las mujeres entrevistadas eran madres solteras o mujeres
separadas, que se vieron obligadas a emigrar porque en sus zonas de origen
carecían de medios de subsistencia para alimentar a sus hijos (Tabla 1). En
aquellos hogares donde el jefe de familia es un hombre, generalmente es él
quien emigra; cuando el jefe de familia es una mujer, esta se ve muchas veces
obligada a emigrar para sacar adelante a su familia.
Las mujeres emigran solas cuando se encuentran
en una situación extrema; si hallan otra salida a sus problemas, no emigran.
Como señalaba una mujer de Álamo, Veracruz: “uno viene aquí por necesidad, si
en el ejido (Otatal, Veracruz) tuviera un trabajo,
pues no anduviera aquí, pero como no hay, pues tengo que venir hasta acá, y
pues, si no trabajo, pues, quién va a pagar mis deudas, quién me va a dar de
comer” (jornalera, 37 años, El Barretal, Padilla,
Tamaulipas, 8 de abril de 2007). Asimismo, como decía otra mujer del mismo
municipio, que comenzó a venir a Tamaulipas en el año 2005, después de tener a
su hija menor: “me vine por la desesperación de que no tenía que darles de
comer a mis hijas” (jornalera, 21 años, El Carmen, Padilla, Tamaulipas, 25 de
mayo de 2008). Las mujeres tienen miedo a emigrar solas porque conlleva
riesgos, y además no pueden estar seguras de que encontrarán trabajo. Pero
cuando tienen a su cuidado unos hijos a quienes alimentar, no tienen elección,
tienen que emigrar por necesidad. Como señalaba una mujer de Cerro Azul, Veracruz:
“al principio yo no quería salir a trabajar, pensaba que pues no iba a
encontrar trabajo, y fue la necesidad al ver que no podía estar en la casa y
con un hijo que no puedo mantener, es eso lo que te hace salir a buscar el
trabajo” (jornalera, 31 años, Subida Alta, Güémez,
Tamaulipas, 28 de junio de 2009). Asimismo, una mujer guatemalteca decía: “es
por necesidad que me vine, como te digo, vengo buscando trabajar para ayudar a
mi familia, pues yo soy quien puedo ayudarlas, pues ellas solo me tienen a mí,
tanto mis hijas como mi mamá” (jornalera, 30 años, Hidalgo, Tamaulipas, 8 de
enero de 2012).
Cuando una mujer se queda viuda y sus hijos son
menores, también puede verse obligada a emigrar (Izcara-Palacios
y Andrade-Rubio, 2012). Este es el caso de una mujer de Álamo, Veracruz, de 31
años de edad. Ella quedó viuda en el año 2001, cuando a su esposo, que era pizcador (cortador) de naranja, lo atropelló un camión, y
se quedó al cuidado de dos niños de 4 y 8 años de edad y dos niñas de 2 y 6
años. Como consecuencia, a partir del año 2002 decidió venir todas las
temporadas a Tamaulipas para poder alimentar a sus hijos. Asimismo, una mujer
de Naranjos Amatlán, Veracruz, quedó viuda en el año
2003, cuando su esposo murió ahogado, tratando de llegar a Carolina del Norte,
Estados Unidos. Ella señalaba: “no sabe cómo ha sido para mí llevar a mi
familia los últimos años, se me hace muy difícil llevar este paquete”
(jornalera, 35 años, Subida Alta, Güémez, Tamaulipas,
19 de junio de 2009). Cuando su marido murió, ella quedó al cuidado de 4 hijos
(3 niñas y 1 niño), menores de edad. Ella nunca se imaginó que tendría que
trabajar de jornalera, y mucho menos que tendría que emigrar; a partir del año
2004 tuvo que emigrar a la comarca citrícola de Tamaulipas durante la primavera
y el verano, y en el otoño trabajaba de ayudante de cocina en un restaurante de
Tampico, al sur del estado.
La mayor parte de las mujeres entrevistadas
emigraron hasta Tamaulipas “de rai”, como ellas
dicen: subiéndose en un vehículo con un desconocido. Casi ninguna utiliza los
servicios de las compañías de autobuses para llegar a Tamaulipas, porque el
pasaje es muy caro para ellas. Sin embargo, emigrar hasta Tamaulipas “de rai”, es arriesgado. Emigrar siempre implica un riesgo; en
el caso de la mujer jornalera se entreteje con otros riesgos, como el sexual.
El riesgo sexual es alto durante el trayecto y en el lugar de inmigración.
Durante el traslado hasta el lugar de destino algunas mujeres sufren agresiones
sexuales, y en el lugar de inmigración deben competir en un mercado laboral
masculinizado, donde no es infrecuente que las mujeres se vean obligadas a
ofrecer favores sexuales a cambio de un puesto de trabajo. Una mujer
guatemalteca de 22 años de edad señalaba que un camionero la trajo desde
Chiapas hasta Tamaulipas, pero como ella no tenía dinero, tuvo que pagarle con
favores sexuales. Como ella decía: “el trailero que
me trajo, no me cobró (…) por tal de que me ayudara me tuve que acostar; pero
bueno, no le pagué porque me trajera. Dicen que cobran mucho dinero por venir
hasta aquí” (jornalera, 22 años, Santa Engracia, Hidalgo, Tamaulipas, 1 de
septiembre de 2011). Asimismo, una mujer de Álamo, Veracruz, relataba del
siguiente modo una violación de la cual fue víctima en el trayecto entre Álamo Temapache-Tampico, cuando un camionero se ofreció a
llevarla: “intenté bajarme del camión, pero no me dejó, tenía puesto el seguro;
no pues, me golpeó y pues ahí me violó, y no sólo eso, antes del amanecer me
bajó y se fue, y me dejó ahí tirada, me quedé con la blusa toda rota y bien
golpeada de la cara, me sentí tan mal, tan sucia, y cómo denunciarlo si ellos
vienen de paso… y ni pude memorizar las placas”(jornalera, 28 años, El Barretal, Padilla, Tamaulipas, 29 de abril de 2007).
Las autoridades prestan poca atención a
las denuncias de violación, especialmente si son realizadas por madres solteras
(Andrade-Rubio, 2013: 90). Como señalaba una mujer de Álamo, Veracruz, cuando
su hija fue violada: “sí lo denuncié con la policía de esa comunidad; pero no
me tomaron en serio, cuando les dije que era madre soltera y tenía 5 hijos, yo
vi que no le hicieron caso, hasta los vi con malas intenciones, y pues, ya
mejor lo dejé así” (jornalera, 28 años, El Carmen, Padilla, Tamaulipas, 19 de
abril de 2009).
Las mujeres solteras o separadas
entrevistadas en este estudio eran más
jóvenes que las casadas, y tenían menos hijos que estas. Las mujeres viudas
eran también más jóvenes y tenían menos hijos que las que estaban emparejadas.
Sin embargo, el número medio de hijos de las mujeres solas (solteras, separadas
o viudas) fue superior a tres. Las mujeres solteras, separadas y viudas
cargaban con la responsabilidad de sacar adelante a una familia numerosa por sí
mismas, a diferencia de aquellas que contaban con el apoyo de un varón para
esta tarea (Tabla 1). El hecho de que las viudas fueran más jóvenes que las
casadas tiene una explicación lógica. Las primeras emigraron porque quedaron
viudas muy pronto y estaban al cuidado de sus
hijos menores. Las viudas de más edad, con hijos mayores suelen no
emigrar. Las mujeres casadas solo emigran con los maridos antes del nacimiento
de los hijos o cuando estos son mayores para valerse por sí mismos; nunca lo
hacen cuando sus hijos son menores de edad. Por otra parte, las mujeres casadas
nunca emigran solas. Por el contrario, las mujeres solteras o viudas
generalmente tienen que emigrar solas. Aunque en ocasiones les acompaña un hijo
o una hija (Tabla 2). Las hijas generalmente ayudan a la madre a contar los
colotes o cestas cuya capacidad supera los 50 kg; se emplean como chalanes o
trabajan en algún restaurante local. Los hijos trabajan como chalanes de un pizcador.
Las mujeres solteras o viudas, cuando emigran a
Tamaulipas, tienen que dejar a sus hijos bajo el cuidado de un familiar
(normalmente la madre); aunque en ocasiones es la hija mayor quien cuida a los
menores (Tabla 2). Esto implica un coste. La mujer debe dejar algo de dinero a
sus hijos, para que puedan mantenerse mientras ella no está allí, y también
necesita llevar dinero para los gastos del viaje y del alojamiento, hasta que
empieza a trabajar, por lo que debe buscar la forma de obtener dinero. Una
mujer de Tincontlán (Álamo, Veracruz) dijo que
permanecer en su lugar de origen es quedarse a morir de hambre: “Yo no tengo
viejo que me mantenga, debo trabajar, y para venir hasta Tamaulipas tengo que
pedir prestado. Antes debía ahorrar, iba machucando algo de dinero para poder
salir a buscar trabajo. Ahora con mi papel del terreno que compré, en la tiendita
obtengo un préstamo de unos mil pesos a un interés cercano al 60 % a pagar en
tres meses, a cambio de dejar el título de mi terreno para que no desconfíen de
mí” (jornalera, 36 años, El Barretal, Padilla,
Tamaulipas, 26 de abril de 2010). Sin embargo, esto es la excepción, ya que es
difícil reunir dinero para adquirir una propiedad y los padres raramente dejan
en herencia a sus hijas las tierras que ellos poseen, porque piensan que una
mujer no va a cuidar de la tierra, como comentaba una mujer de Álamo, Veracruz:
“mi padre tenía 1 ha de papayas, pero se la dejó a mis hermanos, quienes la
vendieron y se repartieron entre ellos, y pues uno como es mujer, no nos dejó
nada” (jornalera, 34 años, El Barretal, Padilla,
Tamaulipas, el 18 de mayo de 2008). Otra mujer de ese mismo municipio relataba
una experiencia similar: “mi padre tenía su tierrita, que al final cuando murió
se la dejó a mis hermanos” (jornalera, 41 años, El Barretal,
Padilla, Tamaulipas, 17 de mayo de 2009). Como señala Marroni
(2000: 22): “la consolidación de las relaciones sociales de producción en torno
a la propiedad de la tierra se afincó en el privilegio de los varones para
acceder a la propiedad, así como en la exclusión de las mujeres a ello”. La imposición
de los patrones de herencia patrilineales, sobre los preceptos jurídicos,
constituye un factor de desigualdad entre los géneros, que deteriora la
situación social de la mujer rural. En este sentido, cuando la mujer no tiene
ninguna pertenencia encuentra más dificultades para obtener un préstamo; pero
casi siempre sus hijos pueden comprar de fiado en alguna tienda de la
localidad, y cuando la madre regresa paga la deuda.
Relaciones patriarcales y violencia de género
Este estudio revela la llegada principalmente
de mujeres solas, que padecieron situaciones
vejatorias derivadas de su condición de género.
La estructura de dominación patriarcal, característica de las
comunidades de origen de las entrevistadas relega a la mujer a una situación de
servidumbre. La mujer es educada para servir al hombre (Montesinos y Carrillo,
2010: 7). Los hijos varones son recibidos con satisfacción, mientras que el
nacimiento de una niña genera desagrado, porque los primeros contribuirán a la
economía familiar, mientras que las últimas serán entregadas a otro hombre. En
esta cultura patriarcal, las mujeres traen tribulación a las familias. Si
pierden la virtud manchan el honor familiar. En el mejor de los casos, si se
casan, pasan a ser posesión de otra persona, y lo que invirtió la familia en
vestido, alimento y educación se pierde. Es por ello que los padres se
preocupan menos por la educación de las hijas (Muñiz, 2001: 59). Dentro de esta
estructura de dominación patriarcal, con frecuencia la esposa debe obedecer al
marido y tolerarlo; la mujer tiene menos libertad que el varón. La violencia
física y sexual dentro del matrimonio constituye una prebenda del varón, y se
espera que la mujer la sufra con resignación para no manchar el nombre de la
familia (Suárez-Escobar y Durand-Alcántara, 2014).
Las mujeres que migran de forma autónoma y no
son migrantes dependientes del marido (Terrón-Caro y Monreal-Gimeno, 2014:
138), son trasgresoras de un orden patriarcal de profundas raíces históricas,
donde el proveedor y jefe de hogar es siempre un hombre (Navarro-Ochoa, 2010:
153). Las entrevistadas emigraron porque tenían una carga familiar como
proveedoras y jefas de hogar. Aquellas que tuvieron hijos fuera del matrimonio
mancharon el honor familiar; quienes abandonaron a sus maridos para escapar de
una relación violenta quebrantaron uno de los pilares del orden patriarcal: la
aceptación callada de una vida de sufrimiento; y sobre aquellas que fueron
abandonadas por sus maridos caía la sospecha de no haber sido buenas esposas.
Las mujeres proveedoras jefas de hogar portan un estigma que no se borra al
abandonar el lugar de origen. En las comunidades rurales tamaulipecas donde
llegan, impera esa misma cultura patriarcal (Cueva-Luna y Terrón-Caro, 2014:
210). La sospecha de la inmoralidad hace que los lugareños les pierdan el
respeto, y que cualquier tipo de agresión sexual sea justificada
(Andrade-Rubio, 2013: 87). Asimismo, los compañeros de trabajo varones se creen
con el derecho de obtener gratificaciones sexuales de mujeres que, por el hecho
de no depender de un hombre, son definidas como disolutas, de acuerdo a la
información obtenida en este estudio. Como consecuencia, las mujeres migrantes entrevistadas generalmente
valoraban a los hombres de modo negativo. Las mujeres solteras o separadas
(tanto veracruzanas como centroamericanas) externalizaban una valoración más
negativa de los hombres que las casadas o viudas.
En ocasiones, las mujeres llegan a Tamaulipas
porque en sus comunidades son despreciadas, como es el caso de una madre
soltera de 22 años, que estaba enferma del Síndrome de Inmunodeficiencia
Adquirida (SIDA), y sus padres y hermanos no la dejaban tocar a sus hijos, ni estar
dentro de la casa. Como ella decía: “me quedo en la cocinita que está fuera de
la casa, porque con ellos (sus tres hijos de 3 años, 5 años y 7 años de edad y
sus padres) no puedo estar; cada que pueden me corren de la casa” (jornalera,
El Carmen, Padilla, el 11 de mayo de 2008). Ella mostraba cierta incomodidad al
hablar de esta enfermedad, que probablemente la contrajo en Sinaloa, donde
trabajó en el corte de pepino y tomate desde la edad de 13 años. Allí mantuvo
una relación sentimental con un jornalero de mayor edad, que la abandonó cuando
quedó embarazada y nació su primer hijo. Sus otros dos hijos nacieron en su
comunidad de origen y fueron fruto de relaciones con hombres que sacaron
ventaja de su condición de madre soltera, para obtener gratificación sexual
mediante promesas o engaños, para después abandonarla aduciendo su pasado
inmoral.
En este sentido, otra madre soltera de 28 años
de edad, de Álamo, Veracruz, relataba en una entrevista, que ella se trajo a su
hija de 14 años de edad a Tamaulipas a partir del año 2008, porque era mal
vista en la localidad de donde procedía, al haber sido víctima de una violación
en el año 2007, cuando ésta tenía 12 años y cuidaba a sus hermanos de 2, 4, 6 y
8 años de edad en la Concepción. Su hija ya no quería quedarse en el ejido
cuando su madre no estaba allí, porque al conocer toda la comunidad que había
sido violada, era acechada y acosada por algunos hombres y jóvenes de la
localidad. La hija en ocasiones ayudaba a la madre a contar los colotes, y
otras veces se empleaba como chalán, por lo que recibía entre 50 y 70 pesos
diarios.
Casi todas las mujeres entrevistadas fueron
objeto de maltrato por parte de sus padres, hermanos o parejas, o habían sido
violadas y agredidas por extraños. Esto hace que en el discurso de las
entrevistadas aparezcan frecuentemente opiniones de desprecio hacia los
hombres. Una jornalera de Álamo, Veracruz, que junto con su madre se habían
tenido que prostituir para mantener a sus hermanos varones, relataba cómo éstos
siempre las despreciaron y las golpearon: “nos miraban como locas cuando por
nosotras ellos comían, y pues ya ve como son, los hombres nomás juzgan a uno”
(jornalera, 21 años, El Barretal, Padilla,
Tamaulipas, 9 de mayo de 2009). Otra jornalera de ese mismo municipio, que
quedó viuda ocho años atrás, cuando a su esposo lo atropelló un camión,
comentaba: “yo quise mucho a mi esposo, pero también me maltrató mucho, como
para ahora pensar en estar con otro loco, no” (jornalera, 31 años, El Barretal, Padilla, Tamaulipas, 15 de abril de 2007). Otra
mujer del citado municipio, que tenía dos hijos decía: “soy felizmente soltera,
yo vivo con mi mamá todavía, y pues, me toca ver como mi papá le pega a mi mamá
y siempre está bien borracho, no le da dinero cuando llega a la casa, nunca
trae dinero, y pues, yo no quiero eso, siempre dije yo no me voy a casar para
no tener que aguantar a un pelado así” (jornalera, 29 años, El Barretal, Padilla, Tamaulipas, 4 de mayo de 2007). Estas
expresiones, en las cuales los hombres reciben los calificativos de “loco” o
“pelado”, hacen referencia a una biografía de violencia y sufrimiento. Una
mujer de 28 años, de la misma localidad
veracruzana, llegaba a dar gracias a Dios por la muerte de su padre: “gracias a
Dios ya se murió, se envenenó un día y se le fue inflando la panza, así bien
rápido, y pues, yo no es que esté contenta por su muerte; pero es que le pegaba
mucho a mi mamá, y pues, a nosotras también” (jornalera, 28 años, El Carmen, Güémez, Tamaulipas, 19 de abril de 2009).
Discriminación laboral
El trabajo de la pizca de la naranja es una
actividad que requiere fuerza, por lo que ha sido tradicionalmente construida
como masculina, por ello, para las mujeres las oportunidades laborales de esta
área son escasas (Andrade-Rubio, 2010; 311). Sin embargo, durante los últimos
años ha crecido el número de mujeres migrantes que buscan este tipo de empleo
en Tamaulipas, a pesar de afrontar una situación laboral precaria cuando son
contratadas (Izcara-Palacios y Andrade-Rubio, 2012).
Como señalaba una mujer de Álamo, Veracruz: “cada vez que vengo veo más mujeres
aquí” (jornalera, 41 años, El Barretal, Padilla,
Tamaulipas, 17 de mayo de 2009). Aunado a una fuerte competencia por los pocos
espacios de empleo para ellas. Como revelaba otra mujer del mismo municipio:
“Es bien difícil, porque sí hay muchas mujeres que también quieren trabajar en
esto” (jornalera, 37 años, El Barretal, Padilla,
Tamaulipas, 17 de mayo de 2009).
Como han señalado Morett-Sánchez y Cosío-Ruiz (2004: 104): “las mujeres sufren una
doble opresión, por su ubicación de clase y de género”. Si para los hombres es
difícil encontrar trabajo, para las mujeres lo es más. Pocas veces una mujer
puede trabajar todos los días de la semana, generalmente trabajan tres o cuatro
días por semana. Sin embargo, todos los días se levantan muy temprano para
estar esperando en las básculas, con la esperanza de conseguir empleo. Son los
jefes de cuadrilla quienes deciden qué mujeres trabajan y qué mujeres se
quedarán desempleadas. Cuando una cuadrilla de pizcadores
es contratada para llenar un camión de naranja, el jefe de cuadrilla elige a
una de las mujeres que espera en una de las básculas de la región desde antes
de las seis de la mañana para que trabaje en la cuadrilla, generalmente como
contadora. Las mujeres y los jornaleros que trabajan por la libre llegan
primero a las básculas, allí esperan hasta que un jefe de cuadrilla les
contrate (Izcara-Palacios, 2007b: 79). Aquellos pizcadores que trabajan siempre en la misma cuadrilla y que
han sido contratados para trabajar en una huerta durante periodos más
prolongados no necesitan madrugar tanto, porque su situación laboral es algo
más estable.
El trabajo de las mujeres como contadoras es
accesorio; por eso deben madrugar más, porque no es seguro que las contraten.
Una cuadrilla puede realizar el mismo trabajo sin contratar a una contadora. El trabajo de
la contadora es anotar en una libreta el número de colotes que descarga cada
uno de los miembros de la cuadrilla en el camión. Además, debe anotar la
capacidad del colote vaciado en el camión y determinar si el colote estaba
lleno o no, lo cual establecerá el pago que recibe el pizcador.
Como consecuencia, siempre debe permanecer atenta de pie al lado del camión
durante toda la jornada laboral, ya que en una cuadrilla de unas quince
personas, todo el tiempo están llegando jornaleros al camión (Izcara-Palacios, 2007b: 72). Si la mujer quisiése descansar durante cinco o diez minutos, en ese
espacio temporal llegaría un jornalero y ese colote no lo apuntaría. Al final
de la jornada el pizcador recibe un pago que depende
de lo que haya anotado la contadora, y este le pagará a ella en función de su
percepción del trabajo realizado, si recibe poco ingreso considerará que la
contadora anotó mal y no le pagará.
Las cuadrillas donde todos los jornaleros tienen
un rendimiento laboral similar, o están compuestas por familiares, suelen
repartirse a partes iguales el dinero ganado, sin necesidad de que nadie cuente
los colotes. La función de las contadoras es más necesaria en las cuadrillas
donde el rendimiento laboral de los miembros es más irregular, o donde hay
menos confianza entre ellos. En estas cuadrillas, los datos que apuntan las
contadoras son necesarios para evitar disputas por los salarios entre los
jornaleros.
Trata laboral y acoso sexual
Las mujeres migrantes que no encuentran trabajo
se enfrentan a un problema grave, porque además de no poder enviar dinero a sus
hijos, no podrán pagar la renta de los cuartos donde viven, ni tendrán dinero
para comer. Su desesperación hace que sean frecuentes los enfrentamientos entre
ellas para luchar por las pocas oportunidades que tienen de ser empleadas. Esto
conduce a un aislamiento de las jornaleras migratorias. Por lo tanto, cuando
llegan a Tamaulipas, estar desempleadas no es una opción, deben encontrar
trabajo a toda costa. En ocasiones, las mujeres tienen que aceptar tener
relaciones sexuales con los jefes de cuadrilla para obtener
empleo. Adicionalmente, las mujeres solteras más jóvenes son quienes sufren una
situación más marcada de acoso sexual: “hay algunos jornaleros que siempre te
están acosando, y pues, no se crea, es difícil una como mujer trabajar con
hombres” (jornalera soltera, 28 años, El Carmen, Padilla, Tamaulipas, 29 de
abril de 2007); “siento mucho acoso con algunos jefes de cuadrilla, y pues, una
vez uno me amenazó de muerte si no aceptaba a tener relaciones con él, y como
saben que vengo sola, que estoy joven, pues más se aprovechan de mí y de otras
compañeras” (jornalera soltera, 22 años, El Carmen, Padilla, Tamaulipas, 11 de
mayo de 2008); “yo una vez me tuve que acostar con un jefe de cuadrilla, y
pues, lo hice por pura necesidad; venía mi hija conmigo, y pues, teníamos que
pagar la renta, y pues, no me quedó de otra más que aceptar” (jornalera
soltera, 28 años, El Barretal, Padilla, Tamaulipas,
19 de abril de 2009). Sin embargo, las mujeres casadas también manifestaban ser
acosadas, incluso aquellas de más edad o las que llegaron acompañadas por sus
maridos: “como voy con mi viejo, pues, me respetan, pero donde sí me siento
acosada es en el cuartito donde rentamos, porque son muchos hombres” (jornalera
casada, 42 años, El Barretal, Padilla, Tamaulipas, 24
de mayo de 2009). Si bien, la primera
intención de las mujeres es trabajar en las actividades de la naranja, en
ocasiones algunas terminan trabajando en otra cosa, por la falta de oportunidades
o a presión existente en el entorno: “aquí hay muchachitas que (…) vienen con
una intención de trabajar de contadoras y al final terminan, pues,
prostituyéndose” (jornalera viuda, 31 años, El Barretal,
Padilla, Tamaulipas, 15 de abril de 2007).
Las mujeres centroamericanas entrevistadas
tienen una opinión más positiva de los jornaleros varones que las veracruzanas.
Una explicación puede obedecer a que las primeras sufrieron más al cruzar
México, de modo que al comparar el trato recibido en Tamaulipas, con el que
recibieron en otras zonas del país, se sienten mejor tratadas en Tamaulipas.
Como decía una mujer guatemalteca: “aquí sí, la gente es buena y no se
aprovecha de las mujeres, eso es lo que he visto aquí yo, si estás trabajando y
no puedes hacerlo, pues te ayudan, y no te dicen a cambio de esto” (jornalera,
22 años, Santa Engracia, Hidalgo, Tamaulipas, 1 de septiembre de 2011).
Asimismo, una mujer salvadoreña decía: “aquí la gente es muy noble y buena”
(salvadoreña 35 años, ejido Guadalupe, Güémez,
Tamaulipas, 14 de agosto de 2011). Otra explicación puede obedecer a que las
mujeres centroamericanas difícilmente encuentran trabajos como contadoras; ya
que deben tener experiencia en este trabajo, ser ágiles en el manejo de los
números y además ser recomendadas por algún jornalero. Las mujeres
centroamericanas no suelen cumplir ninguno de estos requisitos. Ellas tienen
menos educación que las veracruzanas, ya que muchas no fueron a la escuela;
pero tampoco trabajaron en la pizca de naranja antes de llegar a Tamaulipas.
Mientras el trabajo de contadoras es accesorio, no produce nada de valor; el
trabajo de la pizcadoras tiene un valor monetario
específico. Cada kilogramo de naranjas que cargan al camión tiene valor. El
salario de las primeras depende de la buena voluntad de los jornaleros, el de
las últimas del trabajo realizado. Los jornaleros regalan de modo voluntario
una parte de su salario a las contadoras; pero no dan dinero a las mujeres que
pizcan naranja. Es por ello que los jornaleros no pueden exigir a las
centroamericanas favores sexuales por el trabajo que realizan. Aunque, algunas
mujeres centroamericanas se ven obligadas a recurrir al sexo para sobrevivir,
debido a que sus oportunidades laborales son más reducidas que las de las veracruzanas.
La mayor dureza del trabajo realizado por las
mujeres de Centroamérica y su menor experiencia en el trabajo en las huertas de
naranja hace que éstas se quejen de más dolencias que las mujeres veracruzanas.
Como decía una mujer de La Paz, El Salvador: “me duele la espalda, pero es por
el trabajo y como nunca lo había hecho” (jornalera, 35 años, ejido Guadalupe, Güémez, Tamaulipas, 14 de agosto de 2011). Asimismo, como
señalaba una mujer guatemalteca de 30 años de edad: “aquí trabajo de cortadora
y pizcadora de naranja, solo he trabajado la naranja”
(jornalera, 30 años, ejido Guadalupe, Güémez,
Tamaulipas, 14 de agosto de 2011).
En los meses de junio, julio y agosto, algunas
mujeres también encuentran empleo en las jugueras
(lugar donde se procesan las naranjas), situadas en las inmediaciones del ejido
Subida Alta del municipio de Güémez
(Tamaulipas). Aunque encontrar trabajo aquí es más difícil, porque las mujeres
migrantes compiten con las mujeres locales por los empleos formales. En las jugueras, las mujeres ganan 600 pesos a la semana; pero en
ocasiones únicamente se emplean cubriendo a aquellas personas que piden
permiso, por lo tanto no se emplean todos los días de la semana. Como señalaba
una mujer de Cerro Azul, Veracruz: “aquí en la juguera
pues está difícil emplearse; el año pasado trabajé y hasta me alcanzó para
poner el techo de la casa de mis padres, y esta vez también trabajé, pero no me
han dado a mí la chamba, así bien, ahora estoy cubriendo a gente que pide
permiso y un día trabajo por la mañana, otro día por la tarde, y así según me
digan” (jornalera, 31 años, Subida Alta, Güémez,
Tamaulipas, 28 de junio de 2009). En las jugueras,
las mujeres ganan menos que trabajando como contadoras; sin embargo, ahorran
más dinero, ya que durante el verano la renta de la vivienda es más barata. Al
irse los migrantes en julio, el precio de la vivienda se reduce de modo
sustancial. Además, en el ejido Subida Alta (Guémez),
donde están localizadas las dos jugueras que hay en
esta zona, la renta es más barata que en el Barretal
(Padilla), donde se concentran hacinados la mayor parte de los migrantes,
debido a que hay más alojamientos para ellos.
Muchas mujeres completan sus ingresos lavando
ropa a los jornaleros durante los domingos, otras obtienen unos ingresos
extraordinarios cocinando para los hombres. Los restaurantes de la zona también
ofrecen empleos a las mujeres migrantes, pero son pocos los empleos ofertados.
Los empleos más estables, como cocineras, los ocupan las mujeres locales; los
más inestables y peor pagados, como meseras, los suelen ocupar las migrantes.
En la zona citrícola de Tamaulipas las mujeres
se encuentran en el último escalón de la pirámide laboral (Izcara-Palacios
y Andrade-Rubio, 2012). Como explicaba una mujer de Álamo, Veracruz, en la
cúspide de la pirámide se encuentra el coyote (intermediario que tiene un
acuerdo con el comprador y el productor de naranja, y contrata la cuadrilla),
que paga al jefe de cuadrilla (intermediario entre la cuadrilla y el coyote),
éste paga a los pizcadores (jornaleros que cortan la
naranja), y éstos pagan a la contadora: “entre todos los jornaleros pues
me pagan, y a ellos les paga el jefe
de cuadrilla, y al jefe de cuadrilla le
paga el coyote” (jornalera, 21 años, El Carmen, Padilla, Tamaulipas, el 25 de
mayo de 2008). Este escalafón laboral coyote-jefe de cuadrilla-jornalero-mujer
contadora ha sido reportado previamente (Andrade-Rubio, 2008: 111). Las mujeres
migrantes al ser el eslabón más debil y depender su
ingreso de lo que los jornaleros deseen pagarles deben adoptar una actitud
sumisa y no quejarse o no serán contratadas.
Las mujeres solas son quienes tienen una menor
capacidad de negociación en el mercado de trabajo (Marroni,
2000: 154). Las mujeres casadas tienen una mayor probabilidad de trabajar que
las solteras. Aquellas que acompañan a su marido es más fácil que sean
contratadas como contadoras, debido a la amistad de los esposos con los jefes
de cuadrilla. Las mujeres casadas que no encuentran trabajo como contadoras,
ayudan a su marido a cortar naranja, de modo que con su apoyo, el marido ganará
un salario más elevado, porque llenará más colotes de naranja. Por lo tanto, su
estancia en Tamaulipas será más redituable que las mujeres que están solas.
La situación de las mujeres migrantes,
especialmente cuando no están casadas, es más precaria que la de los varones,
porque sus salarios son más bajos y ellas constituyen el único sustento de sus
hijos. Como ha señalado Arias (2009: 57), las mujeres que dejan a sus hijos con
las abuelas están sometidas a mayores demandas económicas que los hombres. Para
hacer frente a la responsabilidad económica que tienen hacia sus hijos, algunas
mujeres restringen la ingesta de alimentos, porque sus ingresos son tan
reducidos que si se alimentasen bien no podrían ahorrar dinero (Izcara-Palacios y Andrade-Rubio, 2013: 26).
Ausencia de servicios de salud
La condición migratoria de la mujer jornalera de
la comarca citrícola de Tamaulipas le impide acceder a los programas de
asistencia social (hablando de las nacionales, ya que las centroamericanos no
tienen derecho), a pesar de que la mujer es una población-objetivo de políticas
de asistencia social (Marroni, 2000: 66), como en el
caso del Programa federal Prospera (antes Oportunidades). Una mujer de Cerro
Azul, Veracruz, que primero emigra a Tamaulipas, y después se va a trabajar, ya
sea a Naranjos (Veracruz) en la vainilla, o a Zamora (Michoacán) en la
hortaliza, señalaba: “me iban a dar un apoyo para mis hijas, de Oportunidades,
pero al final, yo fui y llené la solicitud y después no pude ir a firmar, ni
cuando pasaron por la casa, yo andaba en Zamora y por no firmar el compromiso,
pues ya no se me otorgó el apoyo”(jornalera, 31 años, Subida Alta, Güémez, Tamaulipas, 28 de junio de 2009). Las jornaleras migrantes
constituyen el grupo social más pobre y desvalido del medio rural mexicano,
pero la necesidad les obliga a buscar trabajo fuera de la localidad, y esto las
excluye de los programas sociales destinados a los más marginados (Izcara-Palacios y Andrade-Rubio, 2012).
El seguro popular es el programa de salud más
atractivo para la mujer. Sin embargo, ninguna de las mujeres entrevistadas
estaba inscrita en él, ni era derechohabiente de ningún servicio de salud.
Algunas fueron derechohabientes del seguro popular, pero lo habían perdido
porque no pudieron renovarlo.
Las jornaleras migrantes empleadas en Tamaulipas
padecen múltiples dolencias y enfermedades. La enfermedad más común es la
diabetes, pero también está presente el SIDA. Estas enfermedades son de alto
costo para aquellas personas que no son derechohabientes de ningún servicio de
salud. Una mujer de Álamo, Veracruz, que sufría diabetes, perdió el seguro
popular porque cuando le tocaba renovarlo trabajaba en una empacadora. Ella
señalaba con preocupación que después de perder el seguro popular se gastaba
casi todo lo que ganaba en las medicinas que debía tomar para controlar esta
enfermedad: “estoy preocupada porque tengo azúcar y la medicina es bien cara,
y pues con esta enfermedad no la puedo dejar de tomar” (jornalera, 31 años, Barretal, Padilla, Tamaulipas, 15 de abril de 2007). Una
joven de Álamo, Veracruz, que tenía SIDA decía: “en mi enfermedad me llevo casi
todo el dinero que estoy sacando” (joven 22 años, Carmen, Padilla, 11 de mayo
de 2008).
Las mujeres veracruzanas estaban muy interesadas
en el seguro popular, y habían buscado la forma de obtenerlo, pero la
dificultad de tramitarlo debido a su condición de inmigrantes las había hecho
desistir.
CONCLUSIONES
Las jornaleras migrantes que llegan a la comarca
citrícola de Tamaulipas encuentran un entorno laboral adverso. Los jefes de
cuadrilla con frecuencia se aprovechan de ellas, acosándolas sexualmente;
incluso algunas han tenido relaciones sexuales a cambio de empleo; en las jugueras, estas mujeres son rechazadas porque compiten con
las mujeres locales en los escasos empleos disponibles. Esto favorece que se
generen niveles elevados de explotación laboral, además de discriminación y
segregación social. Las mujeres, más que recibir un salario, dependen de la
caridad de los jornaleros varones, quienes las subcontratan con un jornal
injusto, y algunas veces no les pagan nada, argumentando que no realizaron bien
su trabajo. Su situación económica es tan precaria que algunas no quieren
gastar el poco dinero que tienen en la compra de comida. Cuando sus compañeros
varones comen, se sientan cerca de su vista con la esperanza de recibir sus
sobras para calmar el hambre. La trata laboral que sufren las mujeres migrantes
puede manifestarse en cuatro formas
principales: en primer lugar, trabajan en condiciones peligrosas, porque
el trabajo les requiere cargar colotes que pueden pesar más de 50 kg, lo cual,
puede causarles diversos tipos de lesiones. En segundo lugar, cuando trabajan
en las huertas existe una manifiesta desproporción entre la cantidad de trabajo
que realizan y el pago efectuado por ello. Por ejemplo, deben permanecer de pie
todo el día, sin moverse de su puesto de trabajo, para poder apuntar el número
de colotes que descarga en los camiones cada pizcador;
pero el pago que reciben depende de la voluntad de estos últimos. Si los pizcadores creen que la mujer no hizo bien su trabajo no la
pagarán nada. En tercer lugar, las mujeres migrantes que trabajan en las jugueras suelen recibir los salarios más bajos y trabajar
en los peores turnos, porque compiten con las mujeres locales. Finalmente, la
trata laboral aparece entrelazada con la violencia sexual y de género, ya que
las mujeres migrantes además de realizar esfuerzos que ponen a prueba su fuerza
física a cambio de salarios más reducidos que los recibidos por los hombres,
deben enfrentar un entorno laboral caracterizado por el acoso sexual. En la
pizca de la naranja, la posición de las mujeres en puestos subyugados y
dependientes, hace que muchas veces tengan que mancillar sus cuerpos para
alimentar a sus hijos que quedaron bajo el cuidado de parientes.
AGRADECIMIENTOS
Se agradece a la SEP/CONACYT, Proyecto
CB-2013-01 22066 “Trata y prostitución en México”.
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